Si de notas se tratara, la gran mayoría estaríamos de acuerdo en que la temporada del Valencia es de notable alto, rozando visto en que se ha convertido el club de excelente. El aficionado valencianista es de por sí exigente, está acostumbrado por historia a vivir en la zona alta de la clasificación, a pelear y ganar títulos. De golpe y porrazo los sueños de miles hinchas se han visto truncados ante un dueño que ni quiere ni deja que otros levanten al gigante dormido.
Cuando todo parecía indicar que el transatlántico Valencia CF empezaba a partir hacía tierras de éxito con la temporada 18/19, el dueño y máximo accionista decidió echar por la borda al capitán, al timonel y al patrón de un Valencia campeón. Junto a ellos, decidió regalar a la mitad de la tripulación, para tras años de angustia y de sortear temporales por gracia divina, pensó que la opción más fácil para intentar calmar las aguas de una afición encendida era firmar como timonel a una leyenda del mejor Valencia de la historia.
Lo que no se esperaba, es que a pesar de descapitalizar el equipo hasta cotas insospechadas y sin prácticamente fichajes, era que una nueva generación de jóvenes tripulantes, apoyados y entrenados por la leyenda sorteara dicho temporal. Eso sí, la tempestad para el dueño seguía en incremento. La confianza puesta una década atrás estaba perdida, la parroquia valencianista seguía y sigue pidiendo su marcha. Sin proyecto y sin inversión, cansados de constantes mentiras, la afición del Valencia dijo basta, todo esto sin dejar de apoyar a su nuevo timonel y sus jóvenes marineros.
Al principio de la temporada, solo unos pocos insensatos quisieron subirse al barco y creyeron en la leyenda. Un marinero experimentado en las costas inglesas puso todo y más de su parte para llevar a lo más alto al equipo de su corazón, otro del terreno que con toda su familia siendo valencianista no le quedaba otra que vestir la casaca blanquinegra y finalmente otro experimentado goleador que sin saber el idioma se adentro en la nave dispuesto a remar como uno más.
Un barco sin capitán pensaban algunos, un barco de jóvenes inexpertos que nos llevará a hundirnos en las profundidades del Mediterráneo decían otros… Tal vez, capitán como se le conocía anteriormente no lo había, ese hueco lo iba a suplir con trabajo y sentimiento, el timonel. Un equipo sin mucha experiencia, pero con una fe ciega en las palabras y las lecciones de una leyenda que había vivido la época más lustrosa de dicho transatlántico. Ayudado por sus oficiales, despertaban emoción y sentimiento de lo que era llevar esa camiseta. Un sentimiento y una pasión que más de uno la había mamado en su casa desde que era un niño. Los colores no se compran, se hacen. Y dispuestos para la batalla arrancó un camino que ahora cerca de terminar parece estar de vuelta, para empezar a devolver al transatlántico a costas de toda Europa.
La sorpresa de muchos que antes de iniciar la travesía les daban por muertos. Las ganas, el sentir, la lucha no se negocian, algo que la parroquia che siempre valora. El orgullo de la cantera, de los de ‘la terreta’ o de los que vinieron de fuera pero sintieron el murciélago como propio. El levantar al aficionado de sus butacas para aplaudir y ondear su bufanda al viento para alentar.
Este es el Valencia de Baraja, de Gayà, de Pepelu, Marmardasvhili, Duro o Canós, de los Mosquera, Diego López, Fran Pérez o Yarek. Esta es la ‘Quinta del Pipo’, aquella que pase lo que pase de aquí a final de temporada quedará marcada en el corazón maltrecho de una afición que sueña con volver a ser campeón.