Nueva salida a domicilio, nuevo drama para el Atlético de Madrid. Pesa al punto obtenido en la visita al Reale Arena, lo acontecido sobre el verde enciende las alarmas y alimenta las dudas durante un parón en el que hay muchas cosas que reflexionar. La versión de los rojiblancos en su oportunidad de reválida tras la debacle de Champions fue continuista en un problema de juego, recursos y ganas que comienza ya a crispar a la afición. Porque lo único positivo que se vio del Atlético fue el gol de Julián Álvarez en el primer minuto de juego, de ahí en adelante poco queda para rescatar.
Bueno sí, la gran actuación de un Oblak que está a su mejor nivel y el buen rendimiento de jugadores como Lenglet y Galán en su primera prueba de fuego. Aunque si de un equipo destacan sus defensas y su portero, no es el mejor de los síntomas. Y es que, tras el gol de la araña, el partido fue un monólogo de la Real Sociedad, dueña del juego y la única protagonista sobre el césped. La imagen para el espectador fue la misma durante noventa minutos. El Atlético replegado, achicando agua, mientras el equipo vasco peleaba por empatar un partido que mereció ganar.
El fútbol no siempre es justo, de ahí el reparto de puntos que se certificó tras la obra de arte de Luka Sučić. El futbolista croata la puso en el único lugar al que no podía llegar Oblak. Un golazo precedido de una pérdida en salida de balón de Rodrigo De Paul, un futbolista con el que todavía resulta enigmático entender la versión que muestra con su selección y la que evidencia con la elástica rojiblanca. Fue una de las piezas que introdujo Simeone desde el banquillo, en un nuevo movimiento que salió rana por parte del técnico argentino.
Un castigo para el aficionado
Lo verdaderamente preocupante para el club madrileño es que la imagen generada anoche no es nueva. Lleva ocurriendo varias temporadas y no se avista un cambio de rumbo en algo que se ha convertido en un auténtico castigo para el hincha colchonero. Cada partido a domicilio es lo mismo, una hora y media de sufrimiento y vergüenza de ver a los suyos a merced de cualquier rival, sin importar su entidad. Una pasividad alarmante que se ha reproducido en cada encuentro lejos del Metropolitano y que tiene como consecuencia estar, a principios de octubre, a siete puntos del FC Barcelona y a cuatro del Real Madrid.
Ambos son, supuestamente, los grandes rivales de un Atlético que tras un mercado ilusionante había elevado su exigencia. Un discurso que parece haberse esfumado, pues en las últimas ruedas de prensa post partido, Simeone ya habla de «su propia liga y de la importancia de ir sumando puntos». Unas declaraciones alejadas de cualquier tipo de voracidad competitiva, asentadas en la mediocridad y conformidad del que vive cómodo en su lucha por estar entre los cuatro primeros. Duró poco la ilusión para una afición que se está dando de bruces con sus fantasmas del pasado.
Y, aunque quede mucha temporada por delante, el temor de ver pasar otro año sin pena ni gloria asusta. Un nuevo curso del que marcharse de vacío, mientras a nivel interno se muestren felices por asegurar el mismo objetivo de siempre. Nadie resta valor a un hito que antes de la llegada de Simeone era un sueño lejano, pero de ahí a instalarse en el conformismo hay un abismo de distancia. Al menos eso parece pensar la gran parte de una afición que, ante la recurrencia de los hechos, se cuestiona más que nunca si el ciclo de Simeone en el Atlético de Madrid debe acabar pronto.
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