Decía Fernando Torres, el día de su despedida como futbolista del Atlético de Madrid, que «cuando lleguen los malos momentos, cuando desde fuera quieran dividirnos, me gustaría que recordarais lo que sentís ahora, el orgullo que sentís. Todos somos uno, eso es ser del Atleti». Unas palabras que bien podrían ser útiles en estos momentos, en una situación en la que el linchamiento público hacia la afición del Atlético de Madrid excede ciertos límites que sobrepasan la lógica.
El derbi madrileño del 29 de septiembre podría ser un acontecimiento histórico que se estudie en los colegios por futuras generaciones. Esa parece ser la intención de la orquesta que dirige el gran director, ese del que todos conocen su nombre y que actúa a la sombra, moviendo a todas esas marionetas que le siguen el juego desde el palco presidencial de la Casa Blanca. Cada movimiento perfectamente dirigido, perfectamente estudiado y perfectamente coordinado para que tenga el efecto que tanto se busca.
Un lanzamiento de mecheros al césped, un acto condenable y que debe ser castigado, eso es una obviedad. Una acción que intentan hacer ver como el mayor de los males cuando, por desgracia, es algo que ocurre por todo el territorio nacional en los espectáculos deportivos de mayor o menor categoría. Sin embargo, la gran diferencia entre unos actos y otros es bien sencilla, pues ante los ojos del mundo el infractor iba de rojiblanco y «la víctima» iba de blanco. El escenario perfecto para iniciar la ofensiva final, como si de un frente de batalla se tratara, pues no hay más acomplejado que el que presume de no serlo.
Disuelvan el club, destruyan su estadio y eliminen a su afición
Como si de un ataque de loquera se tratara, todo lo que se ha desencadenado tras aquellos acontecimientos es un sin sentido. Más allá de la correspondiente propuesta de sanción emitida por el Comité de Disciplina de la RFEF, todo lo que ha venido después tiene un claro objetivo. Decía Gabi, otra de las insignias del Atlético de Madrid, «que nadie rompa lo que hemos construido en este tiempo», un aviso claro del que conoce desde dentro los entresijos de un mundo poco limpio.
Cuando el club era un protagonista secundario, que no molestaba y que no estaba al nivel de los que mandan, a nadie le importaba. Pero cuando eso empieza a cambiar, empieza a molestar. Ese grano en el culo que incordia y no se va, ese pesado que te va robando el protagonismo o esa piedra en el zapato que te molesta al caminar. Eso ha sido y es el Atleti para los dos clubes que habían convertido la competición en una propiedad privada en la que los focos solo recaían sobre ellos. Aunque la diferencia está en que a unos les importa menos y a otros no les hace ninguna gracia la presencia de inquilinos en la casa de al lado que estaba vacía hace no tanto.
Y ahora, con lo sucedido aquella noche de domingo y con los hilos del poder bajo el brazo, la ocasión perfecta para intentar romper todo lo que se ha construido en este tiempo ha llegado. El que tiene una baraja entera bajo la manga puede tirar cartas una y otra vez, como se está viendo. Ministros condenando lo sucedido y exigiendo castigos ejemplares, como si no tuvieran aspectos más importantes en los que meterse, medios al servicio haciendo de sus parrillas un monotema para enjuiciar a un conjunto por la actuación de unos pocos, organismos como el CSD sumándose al espectáculo…
Fuego amigo, ¿de verdad?
Y en esas, en mitad del linchamiento público que está sufriendo el aficionado del Atlético de Madrid, el hincha colchonero todavía tiene que ver a su club consumar su propio bochorno. Es una realidad, lejos de defender a sus socios, los que dirigen el club todavía tienen el valor de formar parte también de los ataques hacia ellos. Tras la propuesta de sanción emitida por la Comisión Antiviolencia, proponiendo el cierre del Metropolitano durante 15 días, el club emite un comunicado señalando esta propuesta como desproporcionada.
«El comportamiento de unos pocos no puede suponer un castigo para la mayoría» eso comentaba Miguel Ángel Gil Marín en el comunicado. Pues 24 horas después se consuma el bochorno, ya que esa mayoría que convive en el fondo sur se ve ahora con otro castigo impuesto por su propio club. Ninguno de ellos podrá comprar entradas para los próximos cinco partidos a domicilio del Atlético de Madrid. Chapó, mientras intentas protegerte del fuego enemigo, también te ataca por la espalda el que debería ayudar a defenderte.
Es una pena que, en un club con los valores tan definidos como es el Atlético de Madrid, la división entre los que mandan y sus socios sea cada vez mayor. Pero es lo que tiene que unos vean en el escudo y en las rayas canallas de los colchones una forma de vida y otros un simple negocio. Pero tranquilos, el Atleti siempre será su gente y de esta volverán a salir victoriosos. Muchos los vieron nacer, pero nadie los verá morir.
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