Acabo de terminar de charlar con Carles de Padel 20.
Un crack.
Tuvimos una tertulia con gente joven.
En un momento dado, me preguntó por mi relación con los jugadores.
Por las facilidades de los circuitos y marcas para hablar con los deportistas.
La predisposición y el trato recibido.
En general, he tenido poco, pero excelente trato.
Dio pie a una reflexión que me gustaría compartir.
Nos hemos acostumbrado a ver a los deportistas como dioses.
Personas inalcanzables, semidioses.
Auténticas estrellas que parecen moverse en un universo paralelo a la gente de a pie.
Cada vez el aficionado tiene menos protagonismo.
Y el pádel reivindica que no tiene por qué ser así.
Para mí es parte de lo que hace grande a este deporte.
Incluso forma parte de los valores que quiero ver reflejado en el pádel.
Probablemente se debe a un motivo de audiencias o masas.
Nada comparable con lo que mueve el fútbol o el tenis.
Pero ojalá que nunca se pierda.
La naturalidad con la que los jugadores hablan con periodistas por los pasillos de los torneos.
La humildad.
Las bromas en las ruedas de prensa.
La cercanía, el trato cordial, la predisposición a escuchar.
El acceso a hablar, a responder una pregunta más, a no poner una mala cara.
Esto crecerá y mucho.
Pero es importante que se trate de mantener la esencia.
Forma parte de lo bonito de este deporte.
El jugador de pádel humaniza al deportista.
En el fondo no dejan de ser personas.
Como tú y como yo.
Iguales.